Grito Vacío
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domingo, 8 de diciembre de 2019

El mal de estos tiempos.

Ya no sé cómo empezar.
   Últimamente, mi vida ha sido un poco caótica, empezando a contar justo después de terminar los exámenes. Por ese entonces, yo era una persona bastante negativa, no digo con eso que ahora ya no lo sea. También dormía poco y mal, añadiéndole que tampoco hacía ejercicio ni comia excesivamente saludable. Otra cosa a tener en cuenta es que era fumador. Esto es algo que a día de hoy (un año después), puedo decir que ya no soy. Punto para mí. Pero estarás preguntándote, ¿Qué tiene que ver esto con el título? Mucho. Con esto quiero insinuarte que sólo es en base a mi experiencia y opinión lo que voy a explicar.
   Uno de los peores males y se encuentra latente en nuestro entorno, es el estrés. La angustia de querer abarcar más, de descubrir que no podemos con todo lo que nos encontramos. El contemplar la posibilidad y el hecho de que vamos a fracasar y con ello ver que no somos ni tan grandes ni tan increíbles como en nuestros sueños.
   Tuve que ir al psicólogo, donde aprendí que no es tan dramático acudir a alguien en caso de necesidad. Creo que es importante encontrar a alguien que sea capaz de enseñarte a gestionar tus pensamientos. Que te den pautas para respirar en un momento de crisis, que te ayuden a madurar emocionalmente.
   Volviendo al tema del estrés, su definición según la RAE es:
"tensión provocada por situaciones agobiantes y que origina reacciones psicosomáticas".
   En mi caso, como en el de muchos otros, las reacciones psicosomáticas, derivaban en taquicardias y sudor frío. También me invadía una sensación de miedo irracional. Era, agobiante, mejor dicho, estresante.
   El estrés, a diferencia de otras emociones o estados mentales negativos, en pequeñas dosis es incluso beneficioso. Nos activa, nos mantiene despiertos. Este es uno de los grandes problemas del estrés. Una vez se descontrola, te rompes. Es muy difícil recomponerse. Te vuelves como más sensible, eres capaz de detectar pequeños niveles de estrés en tu cuerpo que antes no eras capaz de percibir. Como contrapartida, te vuelves incapaz de aguantar los mismos niveles de estrés que antes. En mi más sincera opinión, eso es una mierda.
   Vivimos sometidos a estímulos constantes, preguntas que responder, sitios a los que ir, cosas que hacer, más y más cosas que hacer, más y más que sentir. Es en ese momento, tenemos que mantenernos firmes, saber gestionar cada una de las situaciones sin vacilar. Los demás son capaces, tú también; te dices una y otra vez en tu cabeza.
   Después de aquellos episodios de ansiedad, a día de hoy, siento que aún no he sido capaz de recomponerme del todo. Me pregunto si a las demás personas también les pasará. ¿Se sentirán como yo me siento? ¿Se despertarán en mitad de la noche como yo lo hago? Quizás sólo necesite sincerarme con la gente de mi alrededor, pedir un poco de compresión si un día no estoy muy bien, si no estoy muy perspicaz y en cambio estoy muy inquieto. Tal vez así alguien también se sienta identificado/a al ver que este mal ocurre de una manera más habitual de lo que la gente piensa... Por tanto, darnos cuenta de que tal vez debamos hablar un poco más de nosotros mismos, en vez de hablar de lo que nos rodea y de esta manera, ver que no estamos solos en la adversidad.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Perspectiva y otras vistas:



   Si lo pienso, deja de existir el recuerdo. Se esfuma o se escurre entre mis dedos. Sé que estoy soñando y la vez despierto. No existe ningún cielo rosa ni la tierra está cubierta toda de césped. En ningún lado existe una pirámide invertida con una escalera de caracol que se pierde entre las nubes. No, no existe pero siento como el viento golpea mi cara y que la luz ilumina todo sin provenir del sol ni las estrellas.
                                                                         
                En cambio… allí estoy. Viendo aquello. Estoy desde la escalera asomándome por encima de la barandilla y mirando el suelo. Una pequeña mancha hay por allí que me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo.
               
                Ahora estoy bajo la pirámide. Miro a ver por dónde he bajado y dónde estaba yo antes. Y como si mi cerebro estuviese andando por la cuerda floja, la perspectiva juega a escondidas de la lógica. En mi cabeza están las dos imágenes. Saludándome desde arriba y desde abajo. Trato de pensarlo, porque intuyo que no es real. Un producto de mi imaginación; como esa palabra esquiva con la que a veces trato de decir. Un segundo y cierro los ojos. Se rompe la cuerda, caigo…

                Abro los ojos y estoy en una colina. A mi izquierda la pirámide con sus escaleras negras enroscándose y subiendo describiendo una espiral cada vez más ancha, perdiéndose entre las nubes. Agudizo la vista y veo a un yo devolviendo el saludo a otro yo que está abajo saludándole. Pero ahora soy un mero espectador. Alguien fuera de mí mismo y alejado de aquello.

                Y despierto, extraño y algo mareado. Me siento como que algo perturbador me ha pasado y no me ha importado. Curioso y maravillado, saboreo la sensación de andar por la cuerda floja. Y salgo de la cama a por mi primera comida del día. Hoy va a ser un día ocupado.

viernes, 19 de octubre de 2018

Pr 1


                Encendería un cigarrillo para evadirme, sentir como el papel cruje bajo mis dedos, el darle la forma perfecta al tabaco y colocar el filtro por el extremo. Notar el olor antes de prenderlo. Aspirar un poco de aire puro, agarrar el mechero y… Bueno, volver a evadirme. Cerrar los ojos y ponerle pausa al mundo. Olvidarme del móvil, del teclado. Olvidar toda pantalla, olvidar toda persona. Olvidar… Sumirme en la oscuridad. Adentrarme en mí mismo. Centrar mis sentidos en cada sonido, en como la piel se me eriza por el frío. Pero no.

                No tengo tabaco ni papel, no tengo filtro ni mechero y… Bueno, trataré de evadirme. De entrar en sintonía conmigo mismo.

                Me pongo los auriculares y abro bien los ojos, miro el cielo y lo encuentro ahí arriba. Como si el tiempo no fuese con él. Donde las nubes van cubriéndolo sin él importarle nada. Pero a mí me pasa igual con el barro de mis botas. Me da igual que llueva mientras no me joda las gafas. Tomo aire como si fuese la última bocanada del día. Aguanto la respiración, uno…, cierro los ojos; dos…, siento como aumenta la presión en mi pecho; tres…, noto como el viento golpea mi cara, cuánto pesa la ropa y lo que llevo en el bolsillo; cuatro…, me quedo en blanco y aprieto más los ojos, ¿qué se me olvida?; cinco…, angustia; seis…; siete…; ocho… Me ahogo. Exhalo y con el aire que sale de mis pulmones siento como el pesar se va. Que los malos pensamientos se los lleva.

                Y después de todo esto sigo igual. Con las horas fluyendo sin detenerse. Con piedras en el corazón. Con el veneno en el estómago. Con las botas llenas de barro y encima, completamente empapado. Me cago en todo el mundo y la mierda esta de olvidarme el puto paraguas. Puta vida.

martes, 5 de junio de 2018

Otro relato corto (23)


            El muchacho observaba a Shiin, mientras, éste escribía en su diario. La noche anterior había sido horrible. Aún tenía los moretones del entrenamiento. En comparación a cuando vivía con la viuda, aquel esfuerzo estaba bien recompensado con bastante comida y una cama. Aunque ya no tenía que cuidar a los animales, los echaba de menos. Aquellos animales le trasmitían calma y calor. Pero no debía recordar.

            Llevaban allí bastante tiempo, pero no recordaba cuantas lunas habían pasado. Pero estaba seguro que más que todos los dedos se sus manos y de los pies juntos. Cuando terminaba el entrenamiento bien adentrada la noche, había días que las pesadillas le acosaban. La mayoría no las recordaba excepto por como empezaban, la puerta del sótano.

            Desde la noche en la ciudad en la que fue a rescatar a Shiin, no había vuelto a ver a aquel sacerdote. Aquella noche estaba borrosa, pero había algo que no olvidaría, había hecho algo maravilloso. Algo que no conocía. Shiin e había prohibido tocar el librito amarillo y la piedra negra pulida. Echaba de menos su palpito. Él fue muy tajante.

            Por otro lado, Shiin, estaba centrado tomando notas en su diario. Desde hacía bastante tiempo que no se enfrentaba a un problema como aquel. Aquello no debía estar pasando. El chico mostraba una aptitud física respetable, entendía bastante bien lo que le decía, pero había un problema en él. No había visto nunca que alguien ajeno que no conociese la existencia de la magia, pudiese usar un hechizo de aquella magnitud. El muchacho no sabía dónde se encontraba la prisión, pero le encontró. Pero la magia es caprichosa, puede pasar… Aunque la gran incógnita, era otra. ¿Por qué no podía hablar? Cada vez que lo forzaba, sentía como en el alma del muchacho había distorsiones. Algo se había filtrado dentro del muchacho, algo arcano, demasiado profundo, antiguo.

            Miró a su pupilo en el fondo de la habitación, casi con lástima. No quería recordar. Pero aquello se debía resolver cuanto antes. Ya había perdido demasiado tiempo. El chico debía aprender lo más básico aún. Volvió a mirar a sus notas. Alguien lo suficiente viejo para recordar, pero era demasiado inteligente para dejarse engañar y no hacer preguntas.

            -Griselda… -pronunció el nombre entre susurros. Aquella noche sería demasiado larga.

jueves, 1 de febrero de 2018

Sin pies ni cabeza

                Cerrar los ojos y expandir mi mundo. Ver la misma ciudad y distintos colores. Olor a primavera y a humo. Una niebla roja y espesa que cubre las calles. Una luna del tamaño del sol, con ojos y una sonrisa cruel. Estrellas cubiertas de vendas y susurrantes.

                El asfalto se vuelve arena y los edificios tienen ventanas de pegatina, las puertas no abren. La pelota en el parque quieta que no rueda. Un camión de bomberos con un lanzallamas. Y si profundizas un poco más, en el cementerio de la esquina, verás esqueletos enterrando a niños.

                Un lugar que aterroriza, un lugar donde los monstruos del armario tienen libre albedrío. Donde el tiempo transcurre de manera caótica. Un lugar único, un espacio que es mejor no encender la luz, taparse los oídos y arrancarse los ojos. Y todo esto en un instante, donde el límite lo dicta la imaginación de sus moradores.

                Una ciudad que arde sin prenderse.


                Y entonces abro los ojos, miro alrededor incómodo por el sol que abrasa y que si me pongo a la sombra hace frío. Y luego resulta que soy yo el loco.  

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Decisiones

               Me he despertado en una encrucijada. Ahora estoy cubierto de polvo y no sé cómo volver. El viento borró mis huellas y no sé qué sendero tomar.

               Abro la maleta que se encuentra a mi lado. Sucia y desgastada. En ella encuentro unas monedas y billetes para tren. No veo vías ni ningún lugar donde poder comprar algo para comer. La ropa que allí había no era mía, estaba muy limpia, con algún que otro descosido en los pantalones a la altura de la rodilla, las coderas desgastadas y aún así todo estaba muy pulcramente guardado. Aquello no era mío, no era de mi talla. O muy grande o muy pequeño.

               Debajo de la ropa, había un mapa y una brújula. El papel del mapa estaba borroso, a duras penas podía distinguir las montañas y caminos; la aguja de la brújula giraba como loca. Estaba perdido.

               Seguí rebuscando entre los bolsillitos. En ella, había juguetes, más monedas, una navaja de afeitar, espuma, una pitillera y un diario. Abrí la maleta completamente y seguí buscando comida y agua. Allí no había nada que se le pareciese. Agarré la pitillera y no había tabaco. Notaba como dentro de mí algo se ahogaba. La garganta la tenía seca y los latidos de mi corazón sonaban más fuertes.

               Me exasperé y rasgué la ropa, rompí la maleta y los juguetes, alejé de mí todo y cuanto había allí. Grité hasta dejarme la voz, golpeé el suelo hasta dejarme los nudillos en carne viva. Y cuanto más me enfadaba, más triste me encontraba. Por las lágrimas, apenas podía vislumbrar los senderos. Y cuando me di cuenta, el sol ya había desaparecido. Me acosté abatido.

               Una fuerte ráfaga de viento, arrastró el diario. Aún algo furioso, lo ignoré. Pasaron las horas y no pude dormir. Me levanté del suelo y recogí todo el estropicio. ¿Por qué? No lo sé. Me sentía mal conmigo mismo, no tenía por qué pagarlo con aquellas cosas.

               La maleta estaba tirada, las ropas rasgadas y los juguetes destrozados. Cogí todo y lo metí como pude en la maleta y la cerré. Cuando ya había podido cerrar la maleta, vi el diario al lado de un manzano. Agarré dos manzanas y me las comí. Entonces con la tripa llena, empecé a leer. Tal vez allí encontrase algo.

               Cuando salió el sol, agarré la maleta y me metí en los bolsillos unas manzanas más. A los pocos pasos, me volví a encontrar en la encrucijada. Había un sendero, un camino llano y otro que, si solo entrecerrabas los ojos, podías distinguirlo entre las ramas de los árboles. El primero se dirigía hacia la puesta de sol, otro hacía las montañas y el último no lo sabía. ¿Qué era aquello que me depararía el camino? ¿Qué ruta debía escoger? Entonces recordé el diario. Sonreí.

               Todos los caminos llevan al mismo sitio, hacia el futuro. Da igual de dónde vengas, a dónde vayas. El mañana llegará. Y es nuestro deber decidir, a pesar de las dudas, del miedo y la rabia. Anda, llegar es solo una parte del camino.


               Aunque todo esto es una metáfora, el diario mi pensamiento y la maleta mi corazón. Allí guardaba mis recuerdos de la infancia y lo que yo quería ser. Y aunque esté roto o sea viejo, aunque esté desgastado, soy lo que decido tomar y dejar. Soy el camino que yo elijo.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Tabaco

            - ¿Te has enamorado alguna vez?

            - No sé si llamarlo amor. Nos consumíamos mutuamente a fuego lento. Pero si me preguntas, no sé si es amor. Hay noches en las que sueño con su roce con mis labios. El valor que me inspiraba y el calor que me brindaba. No sé si llamarlo amor, pero sí que caí en su trampa.

            Ella era una habitual en las fiestas a las que íbamos mis colegas y yo. Había veces que ella estaba en manos de uno, luego a otro. Otras, estaba con todos a la vez.

            No la juzgues. Es su forma de ser y a nosotros no nos importaba.

            Las primeras veces que estuvimos solos, mis manos temblaban. Con el tiempo mis dedos recordaban y aprendían a tocar su cuerpo. Su piel era papel y bajo ella se escondían secretos que con el tiempo empecé a notar.

            Al principio, nos encontrábamos los fines de semana. Luego, entre las clases. Nuestra relación empezaba a envenenarme y no me importaba. Yo quería más de lo que ella me cedía. Así que puso un precio, gustosamente pagaba por él. Dejé de hacer deporte con la excusa del tiempo. Mis estudios empeoraron. Todo fue porque yo fui débil. Pero no me importó.

            Algunas veces, sentía que despertaba de una especie de letargo. Sobre todo, cuando me era imposible verla. Sentía que una parte de cabeza, había una voz que gritaba furiosa. Ella no me hacía ningún bien. Aún recuerdo aquella sensación. Fue en aquel momento que empecé a ver la verdad y no fue agradable…

            La comida no tenía el mismo sabor. Los olores que antes me deleitaban, ahora ya no estaban. En mis labios marcas negras y mis dientes machados. En mis pulgares, la piel también estaba como amarillenta. Dormía más y descansaba menos. Había perdido un tiempo precioso de mi vida. Y ella… bueno, ella seguía igual. En boca de tantos, liada y encendida. Siempre joven. Siempre consumida. Ella es el tabaco, un veneno que te consume. Y aunque me mata y lo sé. Pero hay veces en las que fumo o sigo queriendo encenderme un pitillo. Aspirar su humo y olvidarme de todo.

            Soy débil, porque antes también lo fui y me negué a ver la verdad. Y aunque esto no sea amor, has de saber que hay personas que son así. Te consumen y te vuelven una marioneta. Fui débil porque me dejé llevar por un romance que te pudre los pulmones, te aletarga y te mata lentamente.


               Ahora, que soy consciente, debo cambiar.
 

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