Grito Vacío
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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Otra historia romanticona y feliz

Estábamos felices de reencontrarnos, tú y yo. Hacía tanto tiempo que no escapábamos los dos solos del mundo. Encendiste el motor y ambos nos marchamos a la costa. Una mesa plegable, una vela y un par de fiambreras de comida china para llevar. 

Aparcaste el coche y empezamos como una máquina bien engrasada,  parar la pequeña mesa plegable. Tan felices, tan únicos. Me sonreías y me contabas tu día a día. Yo te escuchaba atentamente cada palabra para no perderme. Intentamos como seis veces encender la vela, en toda cena romántica hace falta una vela. Es el protocolo. 

A cualquier persona normal le hubiese parecido una cosa chalada, celebrar una cena para dos bajo una farola en un parking. Pero nos teníamos el uno al otro y el murmullo del mar y aquella tibia brisa tibia de verano. Tu con shorts y yo con tirantes. Pero lo que más recuerdo era tu sonrisa tan contagiosa. 

No se como te sentías, pero seguro que feliz, como yo. Estaba nervioso, casi tanto como el primer día que nos agarramos de la mano. Tus ojos grandes y brillantes, tan llenos de vida. Pocas veces los he visto así. Mi gran pequeña niña, me sentía completo en ese momento. Hablábamos, contábamos chistes tan nuestros. Aún se me escapa una sonrisa con recordarlo, aunque sea vago y aunque pase mucho tiempo... Estabas muy hermosa con el pelo suelto. 

La verdad pienso que no se por qué escribo esto... Tal vez esté divagando. No me paro en detalles porque para mí, no hay palabras para describirte aquella sensación. Tan dulce y tan cálida. Y aunque ahora el tiempo no nos lo permita, que sepas que esa cena no fue ni será la última. 

Al terminar de cenar, un par de fotos y unos vasos de vino para ambos, bendita pareja. Pasear agarrados de la mano como dos jóvenes amantes que éramos y somos. Con las mejillas rojas y con algún beso recogimos la mesa y los cachivaches. Te veías relajada, cómoda y contenta. Nos agarramos las manos como dos niños inocentes. 

La noche aún era joven. Y sin estar preparados, ambos nos agarramos con más fuerza de las manos, la oscuridad nos rodeaba, pero tú eras mi luna. No necesitaba más para llevarte conmigo hasta lo más profundo de mi mundo...

domingo, 29 de noviembre de 2015

Reanudar la novela

¡Hola gente! Muy buenas noches, tardes... lo que sea. Hoy o a partir de ahora pretendo volver de nuevo a escribir y retomar el hilo de esta mini novelita que me estoy preparando. Y la pienso volver a retomar ya que me sirve como escape a la rutina del día a día. 

En mi cabeza esta historia, ya tiene un final del cual la gente más cerca a mis círculos sociales ya ha escuchado para discutir. Aún falta que termine de allanar el nudo, plantear unas incógnitas más y ya empesar con la trama seria a mi gusto.

Aún estoy un poco corto de ideas, pero si alguien tiene algun interés o quiere discutir conmigo sobre que sería interesante, sería divertido para ambos y productivo. Si no, pues seguire con esto preparando nuevas tretas y situaciones cochambrosas o peculiares. 

Atentamente: El Autor.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Capítulo 2: Vacío e innombrable ( III )

A los veinte minutos, volvió con un la lista que le había pedido. Me miraba curiosa. Estaba inquieta, parecía una niña pequeña que quiere ver que hay en el sombrero del mago. Lie como pude el cigarrillo. Me miraba mientras yo como liaba aquel pitillo. Recordé al médico que me visitó en el calabozo, seguramente fue el quién metió los medicamentos que encontré hoy en mi cartera. Me trajo una cerveza, encendí el cigarrillo. Lo pensé con cuidado. Y hablé…

-Quiero una explicación. Dime por qué el día después de encontrarte medio muerta en la calle,  -me fijé que aún seguían todos aquellos moretones, ¿se habría limpiado los puntos?- un tipo viene a mi casa y nos muele a golpes, bueno, por qué intentó molerte a golpes. ¿Y qué coño hacías tú con una pistola? Primero un cuchillo… ahora una pistola. Un día matarás a alguien.

-Si respondo, ¿me dejarás quedarme?

-Depende. Dime la verdad y ya sabremos cómo movernos. ¿No?

-Fue por una pelea de bandas. Mis hermanos pertenecían a la banda de Hojas Rojas. Son…

-Se quién son. Fanáticos del fútbol, subidos hasta las cejas de drogas que después de un partido buscan peleas con los hinchas del otro equipo. Si, sé quiénes son. Gracias a esa gentuza, no es muy seguro andar por esta zona un día de partido.

-Bueno… sí. Pero ese día, fui con ellos a ver un partido entre el equipo local y el visitante. Y bueno, cuando mis hermanos me insistieron que me fuese, me fui por una de las puertas de atrás del campo de fútbol. Allí me encontré con Jandro, un hincha del equipo local, el tipo que vino aquí -entonces me miró el brazo-. Es conocido por ser una rata. Me lo encontré agazapado detrás de la puerta de nuestro palco y cuando me golpeó mis hermanos me oyeron gritar y vino todo el grupo –una lágrima rodó por su mejilla-. Y empezó el altercado. Yo hui todo lo aprisa que pude… Lo demás ya te lo imaginas. No es agradable recordarlo–se agarró de los brazos encogiéndose mientras se sentaba en el sofá.

 -¿Y la pistola…?

-Tú mismo lo has dicho. Las noches de partido, suelen haber peleas. Y los accidentes, pasan.

-¿Y por qué no vas con tus hermanos?

               -Mis hermanos son… No tienen casa. Están en una especie de habitaciones para empleados en los almacenes en que trabajan. Se volvieron parias. Debían pasta a quién no se le ha de pedir dinero… Y bueno, eso. Las cosas pasan.

               Me quedé callado mirándola. A ella y a sus profundos ojos verdes.  Pensé y di otra calada. Estaba llorando en silencio. Miré mi teléfono, no tenía batería.

               -Déjame tu teléfono. El mío no tiene batería, por favor. Ve y cámbiate.

               -¿Por? ¿No vas a dejar que me quede?

               -¡Vamos a celebrarlo! –recapacité- Espera, sí, voy a dejar que te quedes. Pero nada de problemas. No me gustaría dejarte tirada en la calle, ni que me partan las costillas esos Hojas Rojas.

               Oh dios, que sonrisa se dibujó en su rostro. Sin poder evitarlo pensé en su cuerpo desnudo. Me sonrojé. Ambos necesitábamos un trago y alguien con quien charlar. Llamé a Tomás. Ella volvió con una sudadera gris y unos pantalones vaqueros. Hacían sus piernas más largas.

               -¿Has ido alguna vez al bar que hay detrás de aquí?

               -Siempre me ha dado algo de repelús. No es el lugar que frecuenta una dama.

            -Una dama tampoco va a los partidos con buscapleitos –le reproché-. Aunque es cierto, da repelús.
               Solté una carcajada y me dolió todo el cuerpo, pero me sentí divino. Le sonreí y al abrir la puerta del local, le tendí la mano.

               -¡Henri! Pon dos pintas y un plato de especiales.

               -Oh, Frank. Me enteré que te encerraron en el calabozo –dijo con las garras en la mano.

               -Es cierto, pero ahora que soy un ex convicto, ¿me invitas hoy a todo lo que quiera?

               -Sabes que no. Quien no paga, friega. Son las normas, -miró a Natalia- ¿No me presentas a la señorita?

               -Soy Natalia. Mucho gusto. Está más limpio de lo que me imaginé…

               Miré de reojo a Henri. Si de algo estaba orgulloso era de bar. Era como su hijo. Le daba mucho mimo. Se acariciaba la barba sorprendido por la reacción de Natalia.

               -Cierto señorita Natalia. No siempre las cosas parecen lo que son. Así alejo a los indeseables. Por cierto Frank, ¿hoy vienes por lo…? Hace tiempo que no viene nadie interesante.

               -No sé, ¿me darás de beber hoy o mañana?

               La conversación decayó. Es cierto. Recuerdo que los primeros años que venía aquí era por los espectáculos. Habían músicos que borrachos se envalentonaban para tocar en el escenario, otros lo hacían enserio. Otros recitaban poesía y otros contaban historias. Allí, perdido entre la mierda y una era sin la luz de las buenas palabras. Sin el romanticismo, sin la magia… La cueva, el último bastión de Bohemia.

               Nunca llegó Tomás. Pero nosotros estábamos bebiendo sin cesar. Ella reía y yo la escuchaba embelesado. Sus palabras de miel, sus ojos de primavera.

               -¿Qué miras tanto? –dijo entre carcajadas-.

               -Nada, -me bebí lo que me quedaba en la pinta- voy a pedir otra.

               Cuando llegué a la barra, Henri apagó las luces. El ruido se volvió en susurro a coro. Se encendió un foco. Y el susurro cesó. Un muchacho estaba parado frente al micrófono.

               -Buenas noches señores, señoras… señoritas y señoritos. Vamos a comenzar con… el… si… esto… El show.

               El chico era un manojo de nervios. Estaba sudando y temblando un poco. Miraba inquieto la cartulina que tenía en la mano. Respiró tres veces. Cerró los ojos y al abrirlos mostró una gran quietud. Su voz se volvió como la ambrosía. No pedía atención. La reclamaba.

               -Hoy, tenemos un nuevo concursante. El señor Navarro. ¿Qué nos mostrará este desconocido?

               Las luces se apagaron. El susurro volvió. El foco volvió a iluminar el escenario. Allí estaba el médico del calabozo… Fui hasta la mesa donde estaba Natalia. Ella me miró.

               -¿Qué es este lugar? ¿Hasta músicos? Ni que fuese sacado de un cuento.

               El doctor me vio y me miró. Inclinó un poco la cabeza. Del estuche que tenía a sus pies, sacó una balalaica. Se oyeron susurros de exclamación, no era muy normal aquel instrumento por esta zona. Punteó un par de notas para reclamar la atención.


               Y el alcohol y las notas dejaron vagar mi mente. No sé cuándo terminó, pero cuando me di cuenta iba en dirección a casa tambaleándome. Cuando solo me quedaba girar la esquina, vi a Natalia besándose con el médico. No supe por qué, pero me escondí. Era Natalia, seguro. Me fui de allí, no podía seguir mirando. Di un paseo por las calles viejas de Valencia.  Y sin darme cuenta, me encontré vacío y sin nombre. 

Otro relato aparte

   Miro a la calle y un transeúnte me devuelve la mirada algo irritado. Hoy hace un sol que brilla con rabia y el aire caliente se vuelve cada vez más espeso. Ando por la calle pensando en mis cosas. Las más recientes. Me agobian pesadillas en la noche y de día, los malos pensamientos me abordan. Cuanto más quiero más pierdo. Cuanto más dura es la apuesta más pierdo. Tal vez sea por mi mala suerte o porque me confié demasiado. La suerte nunca estuvo de mi lado, hoy tampoco. Más me vale recordarlo.

   El sudor empapa mi frente y con un pañuelo me seco. Otro día en la calle buscando que hacer, un día más pensando en donde llevar estas ganas de hacer algo, algo bien. Mi negativismo a condicionado mi forma de ser, de pensar. No puedo permitir que esta sensación se apodere de mi. Pero sigiloso y cauto se ha conseguido colar de nuevo en mi. Las luces del ocaso ya no son las mismas cada día que las miro. Y aunque cada día sea distinto, mi forma de andar es la misma, cansado y pensado. 

   Tal vez sumergirme de nuevo en la fantasía para recobrar algo de aquella magia, me devuelva la esperanza cuando esté en pena, quizás sea lo mejor. Pero no. No debo caer ante la evasión de mis días. No puedo recluirme. He de enfrentarme a mí mismo y al reflejo que me mira cada mañana. Todo esto pienso y luego no hago nada.

   Serán los veinte años que llevo a la espalda, que tampoco son muchos, pero he visto demasiado. Tal vez sean pocos para comprender las cosas. Mi inmadurez también me condiciona, mi dependencia a mis ratos de soledad me hayan vuelto huraño. Pero las personas que no escuchan, me molestan. Las que escuchan poco pueden hacer para ayudar. No dependas de nadie, si puedes hacerlo tú. Es lo que estoy aprendiendo ahora. Ser débil de corazón, no me da excusa para no enfrentarme a mis demonios. Ni para escaparme de mis responsabilidades. Frente a mí se extiende aún, un sendero largo y sinuoso. Reconozco que tengo miedo.

   Estaré pensando demasiado o estaré pensando mal, me habré saltado algo. Pero no veo muchas luces en este hilo de pensamiento. Poca coherencia. Pero son mis pensamientos, pese lo que me pese, no puedo renegar de ellos. Y aunque lo odie, es mi odio. Aunque lo repudie, es mi repugnancia. Aunque lo ame, es mi amor. No puedo renegar por siempre de mi mismo, ni de mis errores.

viernes, 26 de junio de 2015

Capítulo 2: Vacío e innombrable ( II )

-¿Está Natalia?...

El guardia estaba zarandeándome. Solo había sido un sueño.

-Han venido a por ti. Sentimos las molestias.

-… ¡Frank! Hemos venido a por ti.

- (susurros)

-Sí, ve y ayúdale a levantarse. Solo han pasado dos días. Ve y no me hagas repetírtelo.

Era la tía Marian y una sombra detrás de ella. Era Natalia. Me miraba con lástima. No soporto que me miren con lástima. Solté un soplido, la miré con ira. Me levanté sin ayuda. Mi orgullo me mantenía de pie. Fui donde me llevaba el guardia. Me dieron una bandeja con mis objetos personales. Me giré hacia tía Marian.

-Ya debes saber que pasó…

-Sí. No tienes de que preocuparte, -la miré escéptico- es cierto, hace dos días encontraron la cabeza de ese tipo en el río. El cuerpo no lo han encontrado.

-Oh…

Me dejó descolocado. Miré a Natalia con dureza. No dije nada más hasta que llegué a casa. Allí aún estaba mi café, al lado del portátil y mis papeles. Ya no iba a necesitar esas hojas. Pero en el pasillo aún habían rastros de sangre reseca, mía sobretodo. Me detuve al vislumbrar la pistola entre los pliegues de la cama de Natalia. Ella estaba detrás de mí. Pasó por mi lado y me agarró de la mano. Me llevó de nuevo al comedor. La seguí.

-Siento que te golpearan… No…

-Cállate y no me vengas ahora con lástima. Tengo el brazo jodido, –estallé de pronto, por el dolor de mi brazo aún roto y el cansancio- te dije nada de problemas.

-Ya he hablado con Marian.

-¿Y…? –la miraba con fijeza. No me sostuvo mucho la mirada-.

-Dijo que debías ser tú quien tuviese la última palabra, -levantó su rostro y me miró fijamente a los ojos. Tenía enfrente a mí una elección importante. No me sostuvo la mirada mucho más rato- lo siento.

En mis manos estaba la decisión. No me gustaba su carácter, su tono. No quiero que me molesten. No quiero estorbos. La miré a los ojos y vi un brillo Olía a historia y tal vez por mi demencia  o que Dios se sentía un poco cabrón.

-Tráeme una cerveza fría, un paquete de RAW y unos filtros. Voy a darte una oportunidad a cambio de tu historia. Y date prisa. ¡Va, corre!

-¿Raw?

-Tabaco. Había un estanco en la calle de ahí detrás.


Me senté en el sillón miré por el balcón. Las calles y el cielo tenían el brillar metálico. Los vientos traían consigo la tormenta. Me daba igual. Con un poco de suerte habría encontrado un filón de oro. 

domingo, 7 de junio de 2015

Capítulo 2: Vacío e innombrable ( I )

“Dice ser el más fuerte, dice ser el más inteligente. No tiene miedo, ser invencible. Pero yo solo veo a otro hombre con miedo a la muerte.”
              
Me dolían los brazos, las piernas y creía que mi cabeza estaba colgando. Me sentía como una muñeca de trapo. Tuve un sueño, no sabría si llamarla una pesadilla. Recuerdo que estaba una sombra en una caja de cartón. Estaba la sombra triste sentada y observaba el infinito. No tenía ojos, lo recuerdo pero lo que creo que era su rostro me miró y sentí un escalofrío. Sentí miedo y asco por aquella sombra tan insignificante. Tan pequeña y quebradiza, pero aun así me hacía temblar. Su forma de mirar me partía el corazón. Me hacía llorar como un niño que no encuentra a su madre. Me hacía sentir insignificante. Me hacía sentir, que yo no debía estar allí.

Y de pronto abrí los ojos. Estaba en un calabozo. Un hombre con bata blanca bajaba por las escaleras. Me observaba.

-Hola, señor… ¿Muñóz? Debería poder escucharme. Si es así, cierre los ojos dos veces.

Me di cuenta que tenía el cuerpo paralizado. Esperé.

-Sé que usted está despierto. Lo sé muy bien. Así que escúcheme, deberá tomarse los medicamentos que he dejado a su izquierda. Tómelos cuando pueda. Y que el guardia no lo sepa. Nos han dado órdenes de no suministrar medicamentos a los presos.

Le miré a los ojos. Unos ojos profundos y tristes, el cabello gris y una bata tan blanca que parecía tener luz propia. Tenía un rostro afable, pero me descolocó su sonrisa. Conmovió mi corazón.
 
-Pareces joven –se encendió un cigarrillo, aspiró el humo como escogiendo las palabras y se decidió-. Antes, nosotros curábamos a cualquiera. Los que estudiamos para esto, queríamos salvar vidas. Pero desde el Cambio… todo se fue al garete. Una lástima. Tantos medicamentos que se tiran y tanta gente muriendo porque no los puede adquirir… Lo siento, estoy desvariando. Tómalo. Te sentirás mejor.


Se fue cojeando. Era alguien peculiar. Tomé como pude los medicamentos que me dejó. Me volví a acostar. Esta vez, soñé que volvía a encontrarme con Natalia el primer día que la encontré en casa. Vi perfectamente sus labios rojos, su cabello ondeando. Vi sus ojos verdes mirando por la ventana. Era como una elegante espada. Tan fría y tan mortal. Me miró y me arrodillé para besarle en la palma de su mano. Puso sus labios en mi frente y cerré los ojos. Me dejé llevar hasta que escuché una voz y el hedor a alcohol…

sábado, 30 de mayo de 2015

Capítulo 1: Cuando las cosas se tuercen

              Todo fue muy deprisa para mí. No recuerdo muy bien, pero conseguí cargarla como pude a la espalda. No enfocaba muy bien la calle, pero sin caer demasiadas veces conseguí llevarla a casa. Lo que recuerdo eran las voces y el sudor frío recorrer mi espalda. Si hubiesen vuelto… no quiero pensarlo. 

               Vi su cara cubierta de arañazos y moretones. Tenía una pinta fea, pero no podía arriesgarme a llevarla a algún hospital. Hoy era noche de bandas y a pesar de ser un barrio tranquilo, muchas pequeñas bandas iban buscando jaleo. Y aunque hubiésemos llegado al hospital, no llevaba mucho dinero. Recuerdo que mis padres me decían que cuando eran niños los hospitales eran públicos, que a pesar de estar atestados, atendían a quién hiciese falta. Pero las cosas han cambiado.

               Tenía una herida fea en el muslo y otra en el estómago. No tuve más opción que desnudarla. Tenía una piel hermosa. Tan blanca y tersa… Era un insulto ver todos aquellos moretones y heridas. ¿Pero qué podía hacer yo? Llené la bañera con agua tibia. Desinfecté todas sus heridas. Encontré más cicatrices de las que jamás había visto. Recorrí con la mirada cada curva de su cuerpo… buscando más heridas. Cuando el baño estuvo listo, yo ya estaba un poco lúcido pero ella seguía inconsciente. Hay personas que no las despierta ni una tormenta, eso pensé. Para mí era algo a favor, no sé qué cara me pondrá mañana. La bañé lo mejor que pude y con cuidado la sequé. Me fijé en sus labios rojos y en lo largas que eran sus pestañas. Su cabello húmedo le cubría los pechos, como si hubiese salido de algún cuadro. Me di cuenta que era bastante alta. Busqué algo de ropa que ponerle, cuando la acosté me permití darle un beso en la frente. Entonces me percaté que tenía fiebre, fui a por una aspirina que tenía en la cartera. Los medicamentos eran caros, pero para eso estaban, pensé. La diluí con el agua, le sería más fácil de tomar. Conseguí que se lo bebiese. Ahora, solo quedaba vigilar que no subiese la fiebre.

               -¡¿Quieres despertarte de una maldita vez?!

               Estaba siendo sacudido, la luz me molestaba. Conseguí abrir un ojo y aquella habitación no era la mía. Natalia aún estaba acostada pero estaba despierta. Los moretones habían oscurecido. Pobre. Me levanté como pude y me sequé la baba reseca.

               -¿Quieres café? –dije con voz ronca, no recibí respuesta.

               Fui a lavarme la cara. Joder, me dolía mucho la cabeza. Me puse el pijama, decidido, hoy no iba a salir. Le envié un mensaje a Tomás. No me apetecía charlar con nadie. Fui a la cocina y preparé una cafetera que tenía ya vieja. Volví a la habitación de Natalia.

               -No deberías levantarte. Te abrirás de nuevo las heridas -me observaba con detenimiento y luego palpó lentamente todo su cuerpo. Se puso roja como un tomate, después de ver su reacción yo también me sonrojé-.

                -Sí, mejor tráeme café. Lo voy a necesitar. Tengo que ir a trabajar.

               -Tú no vas a ir a ninguna parte hasta que yo lo diga. Con suerte llegarás a la esquina. Mira, si te digo la verdad, me da igual qué coño pasó anoche, pero no quiero jaleos en mi casa. ¿Comprendes? Si estás metida en algún pleito, quiero que recojas tus cosas y te vayas.

               -No tengo dónde ir. Además, no eres nadie para echarme de esta casa. He firmado un contrato con la casera.

               Tenía razón, pero no tenía ganas de discutir más con ella. Le convenía no hablar por las heridas que le cosí anoche como pude, sudaba demasiado. Debería de tener algo de fiebre. Así que callé y me fui a la cocina. Diluí otra pastilla en su café. No soy tan cabrón como para dejarla con fiebre y medio destrozada. Ya discutiríamos más tarde.

               -Cosí todas las heridas lo mejor que pude. No deberías no moverte. Me da repelús la sangre. Y esas sábanas que yo sepa, son mías.

               -Sé cuidar de mí misma –me miró con suficiencia, tenía unos ojos verdes brillantes- te agradezco la ayuda, pero ya no necesito más.

               Le tendí el café. Mejor si no hablo, no me gusta que me repliquen y menos alguien que está febril y cansado. Fui a por mis papeles para volver a sumergirme en la búsqueda.

               Cuanto más leía más me daba cuenta que aquello que yo buscaba no estaba allí. Eran las doce del mediodía, fui a la cocina y preparé un poco de estofado que dejé a fuego lento en el cazo. Volví al salón y  encendí el portátil para distraerme con algo de música.

               Le llevé un plato, debía de tener hambre, le suministré otro calmante. La fiebre había bajado, pero seguía sin fiarme. La fiebre es mala compañera. Le di el único mendrugo de pan que compré ayer y cuando terminó, me fui a por mí ración. Al rato, me había vuelto a mis libros y apuntes. No sabía que podría más hacer.

               Ya habían pasado casi cuatro cuando me di cuenta que ya había oscurecido y estaban llamando al timbre. Fui a abrir y me encontré con un hombre un poco más alto que yo, apestaba a tabaco y alcohol del malo. Tenía desde el brazo hasta el cuello tatuado.

               -¿Está Natalia? –y con el olor a alcohol, apestaba a problemas.

               -Aquí no vive nadie que se llame Natalia.

               -¿Oh? Juraría que sí, así que sé buen chico y déjeme pasar.


               Me empujó contra la pared y pasó. Instintivamente llamé a la policía. Solo tenía que retenerlo aquí y distraerlo. Uy… tan sencillo. Si fuese en alguna de mis historias, solo bastaría con cortarle el cuello. Pero en la realidad, esas cosas no se hacen. No, si no tienes dinero no puedes. El resto de mortales debemos o afrontar la horca o llamar a la policía. Mis rodillas temblaban, pero al escuchar el grito de Natalia mi sangre se heló… Otra vez…

                Fui hasta la habitación de Natalia y allí la vi. Agarrada por el pelo y recibiendo golpes.
               
             -Ahora ya no eres tan valiente. ¡Maldita zorra! ¿Qué miras? –sonrió mirándome- ¿Acaso te molesta mequetrefe?

               -Ayuda… -su voz era un susurro mezclado con lágrimas.

               Cargué contra él, chocamos contra la pared. Intercambiamos golpes, mejor dicho me los dio y yo acepté. No tenía en mente nada. Así que luego de chocar con él le di un golpe en las costillas y luego en la nariz. Él me empujó y me lanzó una silla que por suerte falló. Luego se abalanzó sobre mí, me golpeó con tanta fuerza que se me oscureció la vista. Mi boca sabía a sangre. Dolía y mucho. Conseguí quitármelo de encima. Hice que me siguiese por el pasillo, su gran tamaño le debería entorpecer en un pasillo pequeño. Me equivoqué. Me estampó contra una pared y me golpeó en la boca del estómago. Me escupió y su rostro reflejaba autosuficiencia y desprecio. Me dejó caer al suelo como si fuese un saco de arpillera. Me dolían las piernas. Me arrastré hacia mi cuarto donde tenía una mancuerna, él había vuelto para aporrear a Natalia.


 Esta vez el hombre estaba cubierto de sangre, mía, pero ahora Natalia estaba apuntándole con una pistola. No era de juguete. La mirada de ella, era turbia, debía ser por la fiebre, pero su mano no temblaba. La verdad es que de pronto, mi visión se nubló y recuerdo que antes de derrumbarme, el hombre salió de casa al escuchar las sirenas de la policía. También recuerdo que mi tía bajó con Ana y entre las dos me entablillaron el brazo. Los policías llegaron cuando estaba recostado en la cama. Pero lo que más recuerdo, era la risa triunfante del policía más bajito al detenerme…

domingo, 24 de mayo de 2015

Introducción del Capítulo 1

    Aún sin comprender mucho, ella se había ido hace ya bastante rato. Yo estaba en el sofá leyendo viejos borradores. En el que tenía entre las manos, costaba leer ya que la letra era muy pequeña. No se como no me había quedado ciego hace ya tiempo. Ahora todas aquellos fragmentos sueltos de historias me parecían insulsas pero tenía que leerlas. Ese era mi método, eliminar toda opción posible. La que no pudiese tumbar, sería la correcta. Me llevaría a una historia que podría mantenerme en vela muchas noches.   

    La noche dio paso a un extraño día. El sol brillaba con rabia y sin darme cuenta, yo aún seguía en aquel sofá. No recuerdo haberme quedado dormido. Fui a buscar una vaso para tomar un poco de leche y continuar con la búsqueda. 

    Eran las cuatro de la tarde cuando tía Marian llamó al timbre. Al abrir la puerta me encontré a tía Marian que estaba con Leila. Las dos iban cargadas con unas maletas. Tía Marian, era viuda a pesar de sus treinta y nueve años, tenia dos hijas, Ana y Leila. Antes de que me marchase de nuevo a casa de mis padres, vivían justo en el piso de arriba. Debido a cuestiones de dinero, tuvieron que marcharse a casa de los padres de su marido, ya que había encontrado trabajo allí en una tintorería. Hacía tiempo que no sabía de ella. 

    -¿Te ayudo? -cogí la maleta que le había caído-.

    -Cielo, llévalo arriba. Volvemos a ser vecinos, -dijo con una sonrisa radiante-  ¿tienes la llave?

    -Sí... Creo que la tengo en el... sí. Está.

    Las dejé que se pusiesen cómodas en el salón. Les serví una taza de café a cada una. Mientras ellas charlaba, usé la excusa de subir sus maletas para poder seguir pensando en algo en que podría escribir o en cómo motivarme.

    -Bueno, ¿y qué se siente teniendo a una compañera de piso?-dijo Leila con mirada de cómplice-.

    -Supongo que bien, no llevo ni un día aquí, además se fue ayer y aún no ha vuelto.

    -La verdad, es que no recuerdo en que trabajaba. Creo que era periodista deportiva, pero a mi, me basta con que pague -dijo sirviéndose un poco de café-.

    Ya había oscurecido cuando se marcharon. Ella aún no había llegado. Tampoco la esperaba. Volvía a estar solo. Me hice un poco de sopa para cenar. Me puse mi cazadora de cuero y salí a la calle a dar una vuelta. Hay veces que solo necesito dar un paseo. Hoy era de esas noches.

    Era una magnífica noche de invierno. El cielo despejado y sin luna. Aunque hiciese algo de viento, se estaba bien. Me senté en un banco del paseo que había enfrente de mi casa. Me saqué unos chicles y me puse a escuchar algo de música. Pero mi instante de evasión se vio interrumpido cuando recibí un mensaje:

EY, ME HAN DICHO QUE HABÍAS VUELTO. ¿TE APUNTAS A DAR UNA VUELTA? TENGO UN PLAN QUE NO PODRÁS RECHAZARME, JAJAJA ME LO DEBES CABRONCETE. VE A LA CUEVA DENTRO DE MEDIA HORA. BESIS DE FRESA jeje
TOMÁS 
    Supongo que era cierto. No pude reprimir una sonrisa. Hacía ya tiempo que no sabía nada de él. Me levanté y me fui hacia la "cueva". La cueva, era un bareto de detrás de mi casa. Un pequeño cuchitril en el que me sentía a gusto, desde fuera parecía algo destartalado pero dentro era como una taberna de las de los libros, me gustaba. El dueño era un hombre menudo de barba espesa y sonrisa fácil. A pesar de su aspecto siniestro, era un cotilla. Lo que más me divertía de aquel local era que sus clientes todos se juntaban a charlar. Desconocidos y no tan desconocidos, se reunían todas las noches allí a contar su día a día, a maldecir y escupir. Era la cueva, donde las luces que bailaban con las sombras eran para nosotros lo único real.

    -¡Fraaaank! ¡Estoy aquí! -dijo un chico moreno, delgado y con aire desenfadado- Me lo podrías haber dicho que venías, menos mal que me lo dijo Ana -añadió con cierta mirada cómplice-.

    -Lo siento, no sabía cuanto tiempo voy a estar. Y por dos días no pensaba decir nada. Lo siento.

   Entramos dentro, saludamos Henri, el dueño. Nos sirvió un par de pintas y unos cacahuetes. Estábamos solos. Aún era pronto. Bebimos y charlamos de tonterías, pero para mí era algo de viento fresco. Me ayudó a relajarme.

    -Me enteré de lo de Iris. Lo siento.

    Me puse tenso al escuchar su nombre. Es cierto, no fue un buen trago. Sonreí y proseguí:

   -Son cosas que... pasan. No te preocupes, estoy bien. Bebo esto y me largo. Hace demasiado frío para mi gusto. Pero brindemos por los que vinieron y ya no están.

    Brindamos y de un trago y un salto ya habíamos cruzado todo el local. Nos despedimos de Henri y cada uno se fue por su lado. Iba haciendo eses cuando de pronto escuché un grito y el murmullo de gente. Por lo que recordaba hoy era un día de partido. Esos días era peligroso andar solo. Había grupos de pandilleros en busca de problemas. Me escondí detrás de un portal. No estaba en condiciones de correr. Los gritos cesaron y lentamente asomé la cabeza por detrás del coche en el que me estaba apoyando. Ya no había nadie, solté todo el aire resoplando. Y ahí estaba Natalia... tendida en el suelo.

    -Ostia puta...

jueves, 21 de mayo de 2015

Introducción

Capítulo I:

-"Y aunque el mundo esté en llamas, aunque el yugo de la opresión nos tenga contra el suelo, jamás desaparecerá la esperanza, porque nuestro es el futuro"
Entonces el olor a alquitrán invadió mis pulmones arrancándome una  tos seca y viejos recuerdos cubiertos por la lluvia. He vuelto, dije para mí mismo. El ruido y los olores fétidos impregnaban las calles. Ya había pasado un año y todo seguía igual. Las mismas nubes, las mismas caras curtidas por horas de trabajo y escasez de sueños. Subí al tranvía, miraba aquella gente que era para mí siempre desconocida. Un anciano estaba de pie a mi lado, enfrente un grupo de chiquillos hablando sentados. Más lejos una madre que le apartaba el pelo de la cara a quien supongo que era su hija.
Todos seguían con sus vidas, todos menos yo. Yo que sin poder adaptarme a aquel panorama, anhelaba una vida normal. Nada más que un trabajo, una esposa y una hija y un hijo. Para decirles que aunque el mundo esté loco, algún día sería de ellos. Pero era algo que anhelaba y aún no he encontrado. Yo quise comerme el mundo y me partieron los dientes. Aunque no todo era malo. Recuerdo el cuchitril que había en la esquina de mi calle. Aquel tugurio era para mí un lugar especial. Un lugar donde la cerveza valía una moneda y alguna que otra charla subida de tono con alguien más de la barra. Era para mí un sitio donde sabía que nadie me juzgaría, un lugar donde podía meterme en una pelea y a los cinco minutos cantar a coro alguna balada.
               
           Bajé y seguí andando, recordando todos los portales y sus mil historias e imaginando otras mil. Y a pesar de mi tono triste y oscuro, no todas terminaban en masacre y desamor. Algunas eran hermosas, con finales felices a pesar de las adversidades. Y así vagando por mis recuerdos y ensoñaciones llegué a mi piso. Al entrar la vi... Como venida de mi más amarga pesadilla, ella estaba allí. Pero su cabello y sus ojos eran distintos. Pero debía ser ella.

                 -¿Quién eres?-me preguntó-.

                -El... ¿hijo de la propietaria? -no supe como contestar a aquella pregunta sin tartamudear-.

                -Ya claro. ¿Entonces, cómo es que tengo la llave?- su tono me molestó.

                -Eso me lo dirás a mí. Se supone que soy el único con llaves... Deja de tocar esos papeles, ¿quieres? Aún no sé quién demonios eres y que haces aquí.

                -Soy la una alquilada, Natalia. ¿Y tú? Marian no me dijo nada.

                -¡NO! ¿Qué cojones...? No, no, no... Espera, me llamo Frank. Joder. Vuelvo después de un par de años...-joder, que dolor de cabeza tenía en esos momentos- Necesito ir al baño. Ahora vengo.

                -Es...


                -¡Ya sé dónde demonios está el maldito baño! Es mi puta casa, joder...

miércoles, 20 de mayo de 2015

Circo ha vuelto a la ciudad

Ahora me encuentro perdido en medio de esta montaña. Ahora que veo el sol nacer, ahora que el viento ha callado el aullido de los lobos y las aves salen de sus nidos. Ahora que veo que no soy nadie, ahora que no tengo a nadie y me encuentro tan solo como puede sentirse una piedra en el cielo, puedo gritar. Gritaré aunque me salten las lágrimas. Gritaré aunque los animales huyan de terror. Gritaré aunque me deje la voz. Que los árboles y la tierra, que la brisa y el agua del río sean los únicos que acompañen mis discordantes gritos... Ya no se quién soy ni quién quiero ser. Que mi canto inunde el mundo, que mis pulmones se llenen del viento puro que se respira aquí desde lo alto. 

Yo que sé donde se esconde la luna y donde el zorro caza a la liebre, yo sé que tú me escucharás en el susurro de la noche. Oirás como mis pasos hacen estremecer el polvo que levanto. Mis horas aquí entre estas montañas se han terminado. Ellos me han dado cobijo, calor y alimento. He recuperado fuerzas, más bestia que hombre. Ahora que los frutos han madurado, se que es hora de volver. De volver a casa. A la ciudad que me vio nacer. La misma que me quitó mis orígenes. La misma que me desterró. Pero ahora se que hay alguien que me espera. Ahora que se que alguien derramó lágrimas por mi. Se que nadie me va a impedir volver. Porque soy la ola que vuelve a la orilla. 

Mi sonrisa ha vuelto, pero ahora es solo una mueca. Mi máscara. Qué útil. Es cierto, ahora me va lo macabro. Nada de tinte oscuro. Que hoy las calles se llenen de sangre. Pero nada desde el odio. No quiero que el veneno me pudra. Ahora que lo comprendo. Quiero moverme por el deseo y lo que más deseo son vuestras cabezas. Porqué el ruido que provoca tu rostro al estrellarse contra el asfalto, se ha vuelto mi himno. Me da igual que digan. Que en mis noches, albergo encontrar una hermosa melodía al encordar tus tripas en mi violín mientras bailo sobre lo que quede de ti. Mi pequeño y triste gusano, hoy comprendo que sin tus leyes ni tus normas... no eres más que una persona. Mortal, como todas las demás y es una pena. Me gustaría matarte tantas veces como mi conciencia lo permita. ¡Ah! Pero si no tengo, (aplausos, algún que otro abucheo, cabrones).

Mis pequeños corderitos, es cierto que yo soy mortal también. También se que tenéis balas con mi nombre y con reluciente metralla. Se que tenéis una sala de tortura con mi nombre grabado con letras de oro. Qué gran honor. Pero debido a vuestro error, hay más gente que se ha dado cuenta de nuestro secreto, así que aunque yo muera... Habrán dos que se levanten, jóvenes kamikazes con sonrisas y pupilas dilatadas. Porque vuestro yugo se está quebrando. Pero no creáis que por eso lucho. No soy un mártir ni un altruista. Son simplemente parte de los elementos del baile, lo nuestro ya es personal, una disputa entre caballeros. Sois ya casi como hermanos para mí. Ahora quiero susurraros pequeños hijos de puta. Ahora que ya he encontrado una tela negra lo bastante grande, ahora que tengo los artistas, las bestias y las bailarinas e incluso al mono con platillos, os doy la bienvenida a mi mundo payasos, a mi circo. Que en la próxima actuación sea la última, la más grande y la más bonita.



lunes, 13 de abril de 2015

Joven ruiseñor

Estoy soñando. Lo sé, pero aún así seguía mirándome con esos ojos tan fieros. Sus ojos llenos de melancolía y tristeza, me miraban. Tan cerca y a la vez tan lejos. Su cabello desaliñado y su sonrisa ladeada, aún te recuerdo. Recuerdo que dentro de si, la tristeza, la frustración estaban en conflicto. El roce con sus emociones ardieron más que aquel amor perdido, más que el mismo sol. Estaba allí, en medio de toda aquella gente. Y aún así era quien sin ayuda de nadie mantenía a su oscuridad a ralla. Y aunque su vaso siempre estaba medio vacío o vacío, se seguía levantado cada día. A pesar de que no tenía un lugar al que llamar hogar, a pesar de su maltratado corazón, aún sonreía con aquella inocencia tan únicamente suya.

Aún recuerdo aquel calor. El verano era verano y luego llegaba el triste otoño para dar paso al frío y cruel invierno. Aunque el tiempo siga fluyendo y el cauce del río siga su camino, yo no siento que pueda avanzar. Tras aquellos besos no había más que el sabor de la luz del sol y la suave de la brisa marina. Apoyándome en una esquina, miraba al cielo contando las nubes. Pero solo había una. Aquel mismo cielo metálico para una ciudad fría era lo correcto. Tú ya no estabas para mí. Jamás fuiste de alguien. Seguías fuerte. Seguías con tu solo de guitarra, tan salvaje y audaz. Solo los dioses conocían la primera nota que te impulsó a volar. Esa danza, esos ojos... Mierda. Eras tú,solamente tú y te admiraba con fervor. Y el mundo te respetaba, te daba cobijo bajo sus árboles y te daba sus frutos. Que hermosos tiempos, ¿verdad?

¿Y ahora dónde están? Dime, donde está el rugido, la llama y la ira contra la realidad. Dime, ¿de qué te sirvieron aquellas rabietas? Dime, dónde queda ahora tu sonrisa y la inocencia que nadie pudo jamás manchar. En qué lugar perdiste y por qué. Quiero saber el motivo de tu caída. Cuál fue el motivo de tu derrota. Contra quién luchaste, qué cadenas resistieron a tu ira. Dime, tú que eras la misma encarnación del viento, que tu voz llegaba a todos los corazones de aquella gente vacía... Quién pudo ahogar tu grito. Ahora que sólo tu llanto sale de tus ojos, que ya sin palabras te quedaste. Explícame.

Ahora que ya no te quedan fuerzas ¿por qué insistes en volver? Ahora que ya no te quedan más notas que cantar y que nadie podrá escuchar jamás, ¿por qué insistes? ¿Te ha traído algo bueno todo aquel tiempo ahora perdido? Ahora con tu alma de poeta, sigues sin rumbo fijo. Tus piernas flaquean. Luchaste mucho y no estabas hecho para ese destino. Mi querido ruiseñor, enfrentaste al huracán para perder. Y aún a pesar de saber de tu inminente derrota seguiste... Lo hiciste bien. Y aunque otros salieron airosos y jubilosos, solo tú estás lamiéndote las heridas. Tuyo que era el cielo, más libre y salvaje que nadie, ahora solo eres una pequeña sombra de lo que eras. No te estoy culpando de nada mi pequeña criatura. Este no es el tiempo en el que debiste nacer. Ven a mis brazos. Llora tanto como yo lloré al verte caer. Tú que eres yo y yo que soy tú, ven a mi mesa y come, sacia tu espíritu. Te brindaré mis cuidados. Tú que me miraste y me tendiste la mano. Yo que te he vigilado desde el suelo. Yo que jamás he volado y no he desplegado mis alas. No he despegado mis ojos de ti. Dime, ¿valió la pena volar?

Sí. Y cuando sanen mis heridas, cuando estemos preparados vendrás conmigo hermano. El cielo es hermoso. No lo pienses. Somos tú y yo, conocemos la tierra y sus caminos, pero el cielo... El cielo es infinito.

domingo, 29 de marzo de 2015

El confesionario

    -Lo que más temo no es a la muerte. Es a la ira, latente y fría. Esa misma que alimenta en tiempos de hambre, la misma que te abriga en el crudo invierno -dije a mi confesor-.

    -¿Y no tienes miedo? La ira es producto del odio, la rabia... de todos aquellos sentimientos "malos". Te conduce al caos, al infortunio y a la pura maldad corrompiendo tu alma. No es buena ni sana. Es cruel y está cegada por la sed de sangre y venganza. No es justa. Vuelve al hombre un animal. Una bestia sin raciocinio, la que nos hace perder la cordura. No es humana.

    -No estoy de acuerdo padre. La ira, es algo tan humano como pueda ser la lealtad, el amor... La ira es puramente humana. Y hablo de la IRA, no lo confundas con el odio o la venganza. No. Es también amor por la vida. Puede ser salvaje, pero a pesar de su naturaleza irracional, nos ha llevado algo más que destrucción. El odio, el amor y el miedo, son por decirlo energía. Los hombre y mujeres han revolucionado el mundo. Se han compuesto las más bellas sátiras y han ardido ciudades por estos sentimientos. El amor puro, el odio en su verdadero estado e incluso el miedo, sin un filtro, solo nos conduciría a la verdadera estupidez. Ahí entra la ira. Ella lo reconduce, ella nos hace fuertes. Piénselo. Recapacite. Cuando no tienes nada, cuando el mundo se ríe de ti y se pone en tu contra, ELLA ESTÁ AHÍ TENDIÉNDOTE LA MANO. 

    -Cuando te escucho hablar, creo que un demonio a entrado en tu cuerpo. ¡Escupes veneno en mis oídos! Hijo mío, el Padre también está ahí. En todo momento vela por nuestra alma inmortal. Todo aquel que le de una oportunidad, será recompensado. Pero el camino por el que vas, es el mismo que conduce a la negrura del infierno. Recapacita. Nuestro Señor, es comprensivo y nos ama. Incluso a las ovejas descarriadas.

    -Si Dios fuese amor, si "ese" Dios del que hablas fuese todo. También es el mal. El mismo mal por el cual dices que combates con tus rezos... Dios no da pan al pobre. No me da cobijo cuando llueve. Dios es una creación del mismo humano. Es parte de la civilización. La gente no sabe que ocurre después del eterno ocaso. Pero ten por seguro, llegará el día no será un impedimento. Hasta entonces, sé que a diferencia de Dios, la ira me ha brindado su cruel abrazo. Y aunque ya no pueda ir a tu cielo. Se que jamás podré volver a verla. 

    -¿Quién?

   -Alguien que me dio lo dio todo. Una razón de vivir. Una razón de amar. Una razón para dejar la ira en segundo plano. Ella que tenía mi corazón y yo el suyo... Entonces, se detuvo. Alguien que nadie parece conocer y aún así oyen sus palabras. Pero yo, se que es humano. Se que puede morir. 

   -No sigas por el camino de la venganza. No te esperará nada al final del camino. Solo soledad y amargura.

    -¿Sabías padre que después de abrazar a la ira en su plenitud, la muerte no es un problema? No, padre. Solo es alguien que te libra del ser y el estar. Simplemente duermes. No hay nada más que pensamientos, que vagan por ahí. Estoy preparado para ello. Tampoco pinta mal una eterna siesta. Jajajaja ya.

    -Estás loco. El demonio habla y consagra tus palabras. 

    -Padre, desde el momento que entré, ambos estábamos muertos. Ahora sé quién es usted. Y usted sabe quien soy y el motivo de mi visita. Pero aunque no le mataré hoy. Pero recuerde y ponga en orden sus pensamientos. Muy pronto... Muy pronto usted conocerá el auténtico alcance de la ira. Antes de que usted marche al cielo, yo estaré entre las sombras vigilando, alerta. Se lo arrebataré todo. Una por una, destrozaré cada gota de placer que experimente. Exprimiré su vida. Viviré en sus pesadillas y en lo más oscuro de su alma. Entonces llegará el día en que usted, vendrá a mí por su propio pie. SÉ QUE LO HARÁ, Y LO HARÁ CON UNA SONRISA LADEADA. QUIERO QUE RECUERDE Y LO GRABE EN SU PECHO. HOY VIVIRÁS, PERO ¿Y MAÑANA?

jueves, 12 de febrero de 2015

Allí, frente a ellos

Una voz me susurraba al oído. A cada paso que avanzaba, más fuerte me hablaba. Me hablaba con tranquilidad, con tono desenfadado. Hasta que me embargo una sensación de calidez. Miré al micrófono ahí plantado y desafiante. Me retaba a un duelo. Y yo esa noche no me sentía feliz. Me embargaba la frustración. Aún así me miró y ante mí se encendió un foco. Era yo... No, ese era YO. Y aunque sabía que aquella era una trampa, me humedecí los labios en el frío whisky. Miré hacia delante evitando a aquel instrumento endiablado. Accedí a la apuesta. Otra vez arranqué la sangre seca que me cubría las heridas. Besé cada una de ellas.

Esa voz me volvió a susurrar con tal fuerza que poseyó mis palabras. Dentro de mí un torbellino se desataba. Era un huracán de recuerdos, de sensaciones... Joder... 

[...].Y yo la miré, aquella noche la quise para mí. Un entretenimiento personal. Un juego de tira y afloja. Ella que era tan ligera como el humo, tan terrible como el océano y aún así me invitó a una cerveza. Y ahí me cameló. JAJAJAJA ja.

Me miraba cada vez que no le prestaba atención. Eran entretenidas aquellas pullas con las que pretendió hacerme tambalear. Y aunque me nombró como mentiroso, liante y parlanchín, yo me incliné a besarle la mano. ¿Qué más iba a hacer? Era eso y muchas más cosas. Divagamos sobre la libertad, del futuro y sobre el precio de la cerveza. Sospesábamos nuestro destino con chupitos de tequila y aún así puros e inocentes. De la mano tímidos, separados grandes amantes.[...]. Ella me regaló su sonrisa y ahí, en ese instante me perdí. Y seria mentir si digo que me arrepiento. 

Apostábamos, yo la cubría besos y caricias y ella bailaba para mí. Aquel calor tan fugaz, aquel sudor y aquel aroma, mmm... No hay vino ni carne que me hubiese hecho sentir aquel placer. El mirar su piel tersa y bronceada, me apetecía morderla. Y así lo hice, claro con delicadeza. JAJAJAJA ja. Ella me arañaba y con orgullo yo sangraba para ella. Y aún con mi coraza de hierro negro y sus vaporosos vestidos. Ambos fuimos heridos. ¡Qué jóvenes éramos![...].

Y he aquí el motivo de nuestro herida mortal. Ella hija del viento y yo hijo de la piedra. Y aunque me aventuré por las montañas más altas para alcanzarla, ella obedecía a su naturaleza. También herida, también impotente lloró en silencio. Para dentro. Y ambos por dentro perdimos algo de nuestra magia por algo de experiencia. [....]. Y aunque volviésemos a nacer, nos volveríamos a enfrentar, a besos, a mordiscos... o al ajedrez. Ella enfrente a mí. Apostando su tiempo a cambio de otra par de palabras y un poco de pan. Yo por darle, le daría... JAJAJAJAJA ja, pero si no tenía nada más que historias que contar. Pero ella lo sabía y aún así aceptaríamos. Muy lejos, pero siempre cercanos. Y aunque en alguna ocasión desayunásemos diamantes, no sabría como responder.

Y me qué ahí plantado, aún recogiendo el estropicio de mi corazón... ¡Qué desfachatez!...Espera, ¿cómo que "qué desfachatez"?... No, hay veces que hay que decirlo bien. ¡Joder con el puto viento! Ahora, toca terminar el trabajo. Aún tengo balas de plata y dinero para un último whisky. Aún les quedan muchos km a mis botas y yo aún no he muerto. ¡JODER!


miércoles, 11 de febrero de 2015

En la taberna de Rem 2

   Y entró entre murmullos al escenario. Se inclinó levemente para saludar al público. Ya era costumbre, era él y su voz. Todas las noches bajo el foco y enfrente de la oscuridad. Él frente a la soledad de quien abandona el mundo terrenal con cierto hastío. Ascendió a la tarima con un aura de poder. Anduvo a la vez que exigía el suelo por el que sus zapatos pisaban. De su fachada de piedra y detrás de su barba, algo menos que una sonrisa pero más que una mueca, empezó a seducir al micrófono...

   Delicadas palabras y suaves caricias para tantear sus curvas. Lentamente su mano se aferró con seguridad al mástil. Las palabras envejecidas como el vino camelaron a aquellos y aquellas que esa noche fueron a oír su romance con el micrófono. Desgajando cada palabra, cada lágrima y experiencia vivida. Si puso resistencia, de nada le sirvió. Con un beso cubierto de dolor, de ternura se despedía de cada punto. Él miraba fijamente a lo más profundo de aquella negrura tras los focos. Sentía cada gota de sudor humedecer sus manos.

   Su mundo solo se reducía a lo que sus manos acariciaban aquel instrumento. Ya no era él quien hablaba. De su mirada se pudo ver que ya no estaba en aquella sala. Su voz resonaba en la estancia y como si hilase oro, se sumergió en aquellas palabras, qué si eran verdad o mentira él era el único que lo sabe. Embriagado por algún sorbo de aquel wkisky, volvió su voz una melodía que era lentamente desgarrada. Perdía lentamente la cordura y aún todo tenía sentido. Él reía y era mentira, una lágrima fluía y quedaba ahogada con otro trago. Sus carcajadas se volvieron amargas y aún producían una sensación de seguridad. Como un marinero que se echa al océano, él se adentró aún más en los corazones de aquellas personas. Penetraba con sencillez en el pecho de aquel que le oía. Y aún así nadie le dio las gracias.

   Viejo y cansado, seguía susurrando palabras secretas. Una confesión propia de quien le manda una carta a su amada.A pesar de ser maltratado por los años, con cicatrices y quemaduras, reía sin miedo. No era imprudente, él era su mismo ser. Cada parte de su cuerpo, cada foco, cada palabra le concedieron aquel halo de sabio. No estaba feliz, ni satisfecho, pero tampoco triste. Pero a su vez se le veía feliz contando cada dolorosa historia como confidente aquel micrófono, amando y cuidando cada palabra como la experiencia le permitía.   

   Pasó del susurro al silencio saliendo de aquel estado catatónico. Despertando lentamente aquella ira que alimentada por la frustración de no poder hacer nada. Poco a poco se atenuaban las luces y dentro de sí mismo, algo pedía ser ahogado a golpe de barra y de humo. Y el micrófono se volvió a quedar en silencio, casi avergonzado y solo frente a la negrura. Y con el corazón o lo que le quedaba de él, soltó aquel instrumento poseído por sus demonios. Tan seductor y doloroso como la misma esencia del amor no correspondido. 

   Las luces se apagaron, ocultando las muestras de respeto hacia sus palabras. Bajó del escenario, se acercó al barman para pedir otro trago. Al cabo de unos minutos y varios tragos se fue tal como había llegado. Callado y entre los susurros de las personas que le echaban miradas furtivas. Si alguien lo vio, no lo se. Pero su ira era palpable. No quedaba nada de la tranquilidad. Sigiloso y aterrador, el hielo de su máscara se rompía a pedazos a cada paso. Y si me preguntáis os diré, que yo tampoco lo se ni lo comprendo. Así era él, ¿no?


sábado, 31 de enero de 2015

Si tuviera que volver a comenzar

La sombra de sus ojos denotaban cansancio, su corazón negro y sus dientes blancos manchados de sangre ya no estaban afilados. Un desgaste continuo. Ya estaba viejo. Anduvo bajo el lento e inamovible compás de los segundos por todas las calles. Ahora esta fumándose un cigarrillo pensando en que llegará tras el ocaso de la vida. En ese instante que ya no volverá a abrir los ojos. Jamás halló la respuesta pero todos los días se sentaba al lado de la fuente a pensar. 

Había perdido la esperanza con la tinta, había perdido  el don de la palabra. Su cuaderno lloraba mientras que él no tenía más remedio que seguir andando por el sendero. Sus pasos pesados y su corazón se detuvieron... Una lágrima afloró al recordar cuantas veces tropezó y aún así siempre encontró el escozor en los ojos, la música del tecleo, del vibrar de la palabra. La lágrima dio paso al llanto ahogado al sentir que no recordaba la sensación embriagadora de escribir lo que le gustaba. Lloraba, pero nadie lo sabía, nadie lo podía saber ya que nadie le pudo mirar a aquellos enrojecidos ojos. La pena y la frustración seguían sangrantes... Era una herida mal curada.

La gente conocía su dolor y aún así él no quiso aceptar la ayuda de nadie. Nadie te puede curar mejor de algo que no ve, de algo que no siente. De cuando se tratan de las heridas del corazón, tú eres la mejor solución, a veces, la única. Palpando con delicadeza el motivo de la frustración, abrió para si mismo su carcomido corazón. Allí, en aquel cofre que al abrir las bisagras lloraban, encontró aquellas experiencias que ahora sabía que ya eran solo eso, experiencias. Le dolía no poder revivir aquel tiempo. Sus cicatrices le encadenaban al ahora, sus otras experiencias le hacían darse cuenta que aquella mirada al pasado le dolería... Aceptó aquel dolor... Y aunque la sombra de la melancolía se cerniese sobre él, aunque las lágrimas surcaran sus envejecidas mejillas... Las abrazó como una padre abraza a sus hijos. Esos recuerdos eran él y él era la consecuencias de aquellas memorias. Una única pregunta ardía dentro de él. ¿Por qué?. Existen tantos por qués que él mismo no sabía por cual empezar. No estaba listo, pero la herida imprudente a veces es la mejor maestra. Es quien te explica mientras te lames la sangre, "no juegues con fuego, si no estás dispuesto a quemarte".

Y entre sollozos y palabras inteligibles, la respiración entrecortada y muchas horas, decidió mirar el ocaso. Como el sol se escondía. ¿A quién aullaría en esta noche fría y sin luna?. Y aún con el corazón herido, con sus manos magulladas de golpear el suelo y con la garganta desgarrada...¿Qué podría hacer?. No encontraba otra respuesta más... El tiempo corría en su contra. No le gustó la idea. Fue a donde había tirado su chaqueta, busco un numero de teléfono en la cartera. Estaba arrugado entre las monedas que tenía allí abandonas. Marcó aquel número. Era hora de poner su última baza sobre la mesa. Perder o ganar, eso ya estaba escrito. Era ahora su momento de elegir. ¿Parar o proseguir? Sabía que estaba mal detenerse. Eso no era lo correcto, pero también le vendió su alma al diablo y nadie le dijo nada.
 

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