Grito Vacío
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sábado, 31 de enero de 2015

Si tuviera que volver a comenzar

La sombra de sus ojos denotaban cansancio, su corazón negro y sus dientes blancos manchados de sangre ya no estaban afilados. Un desgaste continuo. Ya estaba viejo. Anduvo bajo el lento e inamovible compás de los segundos por todas las calles. Ahora esta fumándose un cigarrillo pensando en que llegará tras el ocaso de la vida. En ese instante que ya no volverá a abrir los ojos. Jamás halló la respuesta pero todos los días se sentaba al lado de la fuente a pensar. 

Había perdido la esperanza con la tinta, había perdido  el don de la palabra. Su cuaderno lloraba mientras que él no tenía más remedio que seguir andando por el sendero. Sus pasos pesados y su corazón se detuvieron... Una lágrima afloró al recordar cuantas veces tropezó y aún así siempre encontró el escozor en los ojos, la música del tecleo, del vibrar de la palabra. La lágrima dio paso al llanto ahogado al sentir que no recordaba la sensación embriagadora de escribir lo que le gustaba. Lloraba, pero nadie lo sabía, nadie lo podía saber ya que nadie le pudo mirar a aquellos enrojecidos ojos. La pena y la frustración seguían sangrantes... Era una herida mal curada.

La gente conocía su dolor y aún así él no quiso aceptar la ayuda de nadie. Nadie te puede curar mejor de algo que no ve, de algo que no siente. De cuando se tratan de las heridas del corazón, tú eres la mejor solución, a veces, la única. Palpando con delicadeza el motivo de la frustración, abrió para si mismo su carcomido corazón. Allí, en aquel cofre que al abrir las bisagras lloraban, encontró aquellas experiencias que ahora sabía que ya eran solo eso, experiencias. Le dolía no poder revivir aquel tiempo. Sus cicatrices le encadenaban al ahora, sus otras experiencias le hacían darse cuenta que aquella mirada al pasado le dolería... Aceptó aquel dolor... Y aunque la sombra de la melancolía se cerniese sobre él, aunque las lágrimas surcaran sus envejecidas mejillas... Las abrazó como una padre abraza a sus hijos. Esos recuerdos eran él y él era la consecuencias de aquellas memorias. Una única pregunta ardía dentro de él. ¿Por qué?. Existen tantos por qués que él mismo no sabía por cual empezar. No estaba listo, pero la herida imprudente a veces es la mejor maestra. Es quien te explica mientras te lames la sangre, "no juegues con fuego, si no estás dispuesto a quemarte".

Y entre sollozos y palabras inteligibles, la respiración entrecortada y muchas horas, decidió mirar el ocaso. Como el sol se escondía. ¿A quién aullaría en esta noche fría y sin luna?. Y aún con el corazón herido, con sus manos magulladas de golpear el suelo y con la garganta desgarrada...¿Qué podría hacer?. No encontraba otra respuesta más... El tiempo corría en su contra. No le gustó la idea. Fue a donde había tirado su chaqueta, busco un numero de teléfono en la cartera. Estaba arrugado entre las monedas que tenía allí abandonas. Marcó aquel número. Era hora de poner su última baza sobre la mesa. Perder o ganar, eso ya estaba escrito. Era ahora su momento de elegir. ¿Parar o proseguir? Sabía que estaba mal detenerse. Eso no era lo correcto, pero también le vendió su alma al diablo y nadie le dijo nada.
 

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