La primera señal en llegar, fue el
invierno y sus gélidas nevadas. Ni a los lobos se les escuchaba. Ancianos y
ancianas atrancaban sus puertas al caer el sol. Los niños no salían a jugar con
la pelota.
La segunda señal fue a manos del
mercader que llegó escoltado con guardias. La gente del pueblo no pudo comprar,
él tampoco podía vender.
En el pueblo no había sentado bien que
sus conocidos y familiares no volviesen aún de la guerra. Mujeres, niños y
niñas desconsolados, ancianos ya sin vida. La histeria y el pesar se palpaba en
el aire. Fue entonces cuando ocurrió. Al irse el mercader, desapareció la
viuda. La gente se reía nerviosa, pensando que la vieja mujer había tenido un
romance. Intentaron distraerse hasta que encontraron en la ermita del antiguo culto
a la viuda. El cuerpo inerte y amoratado de la anciana colgaba como una marioneta.
A sus pies, unas pequeñas huellas y una pequeña piedra negra mate. Siguieron
con la mirada asombrados y estupefactos las pequeñas pisadas. Allí en una
esquina esta nuestro chico. Temblando, con los ojos enrojecidos, descalzo y
magullado. Sus manos manchadas de sangre y frías.
Horrorizados, cogieron al niño por el
cuello y lo despojaron de su raída camisa y sus pantalones de lona. Lo
apedrearon, las ancianas lloraban y maldecían. Le escupían y le lanzaron
orines. El pánico estaba escrito en el rostro de cada uno. El odio les hacía
escupir todo el veneno de sus corazones. A su vez, ellos mismos se dejaban
engullir. Nadie quiso ayudar al niño, nadie se molestó en escucharle.
Nadie se preguntó, ¿Qué ocurrió?...
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