Grito Vacío
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martes, 27 de junio de 2017

¿Qué sensación? Ni idea.

               He intentado describir esa sensación durante bastante tiempo y muchas veces. Lo he reflexionado, pero, aun sigue siendo escurridiza.

               Lo más parecido sería el instante en el que todo se detiene y a la vez fluye. Un instante que está y no está. Solo es el interruptor de tu cabeza que se activa. Cuando toda la carga que llevas sobre tus hombros la apartas. Simple y llanamente. No hay más.

               Un torrente de emociones que te inundan y que de pronto ya no queda nada. Todo lo que sucede después es por inercia. Vacías la mochila con la que cargas con tus problemas y sigues recto, haya sendero o no. Avanzas hasta que termina. Tu mochila se vuelve a llenar y te vuelves otra vez pesado. Y es en este punto en el que de verdad le das importancia:” todo tiempo pasado fue mejor”.

               ¿Qué nos ocurre? ¿En qué pensamos? Sinceramente en cualquier cosa, menos en no dejar esa mochila en la que guardamos nuestras piedras/problemas. Aun siendo un lastre.

               Esta sensación que quiero explicar, es en el instante en el que sientes que no puedes más. Ese instante en el que furioso y con el lodo hasta las rodillas, decides resolver tus problemas. En el instante en el que con pico en mano partes cada uno de tus problemas en pequeños traumas. En el momento en que ves que todas esas piedras están hechas de lo mismo y con una de ellas en el bolsillo te basta.

               Y esto es importante, esa piedra es vital. Necesaria para recordar, necesaria para aprender. Es por su peso que recuerdas lo que fuiste y en lo que te has convertido.


               ¿A qué así es más fácil avanzar? ¿A qué es más fácil comprender y aprender la raíz de tus problemas? Aunque sea una montaña, aunque cambie de color y brille con distintos colores. Todo son piedras y cuando te haya engullido la oscuridad de la cantera… Ahí podrás descansar, con pico en mano y una sonrisa, directo a la siguiente vida.

domingo, 25 de junio de 2017

Otro relato corto (20)

           Shiin cargó como pudo hacia la voz mientras que el chico cerraba la puerta. Escuchaba como la voz no paraba de suplicar a Shiin que parase.

            -Maestro Shiin, siento lo de antes. Sepa usted que debía actuar así porque quería vivir.

            De donde venía la voz, una pequeña luz azul empezaba a iluminar y mostrar lo que había alrededor. El hombre que la sujetaba era el posadero. A medida que la luz se volvía más intensa, dejaba a la vista que estaban en las cloacas de debajo la ciudad.

            - ¿Cómo me has encontrado? -dijo Shiin.

            -Lo siento maestro, ahora debemos salir de aquí. La Iglesia tiene perros y ratas por todos lados. Y usted necesita descansar. Sígame.

            Ambos lo siguieron, pero de vez en cuando aquel hombre se giraba para mirar al chico.

            -Maestro, ¿es cierto qué es tu aprendiz directo?

            -Nada de preguntas, ¿recuerdas?

            Refunfuñando siguieron avanzando. Por el camino encontraron a dos personas más que se les unieron, sus rostros estaban ocultos por las capuchas. Al acercarse Shiin, ambos se inclinaron y sin decir nada, cada uno se puso al lado de Shiin a modo de escolta.

            -Saldremos pronto Maestro. Pero antes he de pedirle que no vuelva por un tiempo. Ni que se acerque a las ciudades. La Iglesia tiene gente como Vanesa por las posadas e incluso entre ayudantes de curanderos y gremios.

            Shiin asintió y siguieron avanzando. Se le notaba cada vez más agotado, arrastraba los pies y se le cerraban los ojos. Cuando llegaron a una escalera que subía, el posadero se detuvo. De entre la capa sacó un pequeño cofre y lo abrió. Dentro había dos bolsitas con monedas y un tintero vacío.

            -Sabemos que no ha encontrado su guarda. Además, estos dos servidores, les proporcionaran algunas medicinas y pociones para que durante su viaje...

            - ¿Qué viaje? Tengo que encontrarme con Irandi.

            -Creo que no va a ser posible, Irandi… estalló.

            El rostro de Shiin era solo oscuridad. Se había erguido completamente y parecía mucho más grande y furioso.

            -Maestro, le hemos preparado un carro hacia una villa, a unos días de aquí. Es Villa Roja. Está casi vacía excepto por algunos ancianos y poco más. La Iglesia se fue de allí al llevar a todos los hombres al campo de batalla. Pasaran desapercibidos. Mi tío es dueño de algunos terrenos.

            Shiin suspiró, miró al niño y siguió hacia adelante. El chico salió detrás de él y salieron a la luz. Cuando se les acostumbraron los ojos y miraron alrededor, estaban más allá del muro. Siguieron recto por el sendero y un hombre con sombrero los miró. Les hizo señas e inclinó la cabeza.

            En la cabeza de Shiin había muchas preguntas, pero entonces miró al chico. La Iglesia no tardaría ir tras él. Lo mejor sería ocultarse durante un tiempo, ahora debía enseñarle. El chico tenía habilidad y él lo necesitaba vivo.

            

martes, 20 de junio de 2017

Carne a la carne

               A pedazos me caigo por el camino. En la lejanía veo una posada y a una joven tendiendo. El sol se está poniendo y con ello mi sombra se vuelve más grande y pesada. Me apeo y miro mis bolsillos en busca de monedas sueltas. Palpo y noto el ruido metálico.

               Abro la puerta de la posada. Me acerco a la barra y con el gaznate áspero, pido una bebida. El posadero manda a la joven a por el whisky. Se disculpa porque no hay hielo, demasiado calor. Da igual. Cojo el vaso y me siento al fondo de la sala, esquivando miradas.

               Me siento y la silla se queja, dejo el vaso y miro la estancia. La joven de cabellos caoba que aun con prisas, sonreía a cada cliente con una luz impropia del lugar. Todos la mirábamos como se reía, como esquivaba con dulzura cada una de las pullas que le lanzaban los viejos.

               -Disculpe, ¿quiere otro?

               Su voz sonó como el amanecer, dulce y natural. Asentí con la cabeza y la observé más detenidamente. Aunque no abundante, pero si generoso busto, una cadena de plata lucía se balanceaba. No debería ser muy mayor, pero sí lo suficiente para empezar a ser cortejada.

               A medida que los clientes iban marchando, las horas se volvían más lentas. No paraba de mirarme. Nervioso y tal vez por el alcohol, le mantengo la mirada y le devuelvo la sonrisa. Y la noche seguía pasando.

               Ya solos, decidió sentarse. Me preguntó cómo me ganaba la vida y cómo podía estar allí, en aquel lugar de mala muerte. Le conté como llegué allí. Le dije que fue por ella que decidí entrar. Y solo escuchaba su sonrisa. Me cogió de la mano y me acompañó a donde el establo. Ya no había nadie, ni los caballos.

               Sonreía como podía por el alcohol y la dicha. No dijo nada, pero con agilidad me desabrochó los botones. Y con torpeza, le desaté el corsé y la falda. Si vestida era una estrella, desnuda era el sol. Se acostó sobre la ropa y fui persiguiendo su perfume.

               No recuerdo que tanto la besé, pero cada uno fue único. Su calor rozar con mis labios, sus labios morder mi cuello, fue bastante para perder la cordura. Mientras bajaba por su cuello con besos me detuve en su seno, mientras que con la otra mano acariciaba el otro. Mientras con la lengua lamía el pezón, con la otra mano agarraba el otro. Sus manos paseaban por mi espalda y mi pelo hasta llegar a mi cara, me arrastró a sus labios. Mientras me besaba, me agarró del pene y lo acariciaba. Yo la imité, me abrió sus piernas mientras bajaba la mano por su vientre. Estaba húmedo, cálido. Cuando mi dedo corazón rozó sus labios, se tensó un poco. Quería sentir su cuerpo, cuanto más acariciaba más quería. Le acaricié hasta sentir que el clítoris estaba hinchado. Le metí solo la yema del dedo y su beso se convirtió en un mordisco. Me excitó, bajé a besos de nuevo hasta llegar a su vagina, donde mi dedo ya había entrado y empecé a lamer. Ella estiraba mi pelo, me apretaba con las piernas. Unos pequeños espasmos y luego volvió a pedirme que la besara, la besé y me tumbó.

               Ahora ella encima de mí, sus muslos a cada lado de mi cabeza. Aun a oscuras podía ver su sexo húmedo enfrente de mí. Ella se agachó para poner mi miembro en su boca. Primero lo acarició, con la lengua rozaba el glande y para luego rodearlo, bajaba por el tronco. Me faltaba el aire, me ahogaba. Cuando por fin ya recuperaba el aliento, noté como el calor de su boca rodeaba por completo mi pene. Cerré los ojos y me dispuse a lamer su vagina, rodeando el clítoris hasta meterle la lengua. Ella succionaba con fuerza mientras que yo seguía lamiendo e introduciendo mis dedos dentro de ella.

               Cuando se detuvo, se incorporó y me miró a los ojos. Sus ojos a juego con sus cabellos y sus labios de miel me susurraban cosas. Se acercó y me besó mientras se sentaba sobre mi pene. Cálido y húmedo. Cuando entró todo, me sonrió. Una lágrima corría de sus ojos. Su cadena de plata no estaba. Pero ya no podía pensar. Subía y bajaba, yo agarraba sus senos y poco a poco iba pellizcando con ternura sus pezones. Cuando me besaba, ponía mis manos en sus caderas para moverla con más fuerza.

               Me empujó hasta tumbarme, puso sus manos sombre mi vientre y me montó. Vi como aceleraba, sentí como apretaba con más fuerza. Vi como su sonrisa se ensanchaba y ya no quedaba rastro de la lágrima. Agarré su culo y apreté su ano, sentía curiosidad. Aún apretó más y se detuvo, me miró y me mordió en el cuello. Me quitó las manos y se puso de espaldas a mí. Su sudor me excitaba aún más. Sentía como unas pequeñas convulsiones y unos gemidos contenidos.

               La tuve que parar, quería devolverle el favor. La agarré y me abrazó la cintura con los pies, la sujeté para mantenerla un poco separada y empecé a moverme. Penetraba lentamente hasta que no podía más y luego apretaba. Me consumía el ansía y quería más, así que la seguí penetrando, pero más rápido. Me arrodillé para tumbarla, la agarré por las muñecas para inmovilizarla y poder verla desnuda. Era maravillosa. La besé y lamí el sudor de entre sus senos.

               Volví a penetrarla, pero sin tanta fuerza, la besé y le puse la mano en su rostro. Quería que me mirase a los ojos. Cada vez más rápido, más calor y más sudor. Sentí que no podía aguantar más, ella me sonrió y asintió. Me susurró, solo un poco más. Aguanté lo que pude, ella tenía la mirada perdida y en un último apretón, sentí como se contraía y me apretaba. Noté como me arañaba la espalda y una oleada placer y cansancio me golpearon.


               Recuerdo tumbarme a su lado, recuerdo su calor y su sonrisa mientras dormía. Pero al despertar, seguía estando en el camino. Palpé mis bolsillos y donde había unas monedas, solo se encontraban unas pocas balas y un viejo revolver. 

jueves, 15 de junio de 2017

Otro relato corto (19)

            Al salir y seguir a Shiin, la visión del chico se volvió borrosa. Se giró y vio que no había rastro de la roca mellada de la prisión, nada más que unos tristes barrotes que antes no estaban ahí. Volvió su mirada a Shiin y lo siguió.

            Durante un momento, Shiin le fallaron las piernas y cayó. El chico fue a ayudarlo, pero éste lo apartó.

            -No es nada, simplemente me encuentro algo débil.

            Siguieron andando hasta llegar a una puerta maciza de roble. Shiin acercó el oído y luego con cuidado empujó la puerta. La habitación estaba repleta de cachivaches y uniformes en cestas. Además, había una mesa con botellas, velas y platos.  

            Al fondo de la habitación, había un guardia recostado en una silla durmiendo. Shiin entró y cogió los uniformes. Luego se acercó al guardia. En su cinto había una espada y un manojo de llaves. Cuando fue a tomarlo, el guardia se estaba despertando. El chico fue corriendo, saltó encima la mesa y agarró una de las botellas por el cuello y la estampó todo lo fuerte que pudo en la cabeza. Shiin se levantó de un salto, sorprendido.

            -Gracias… No me había dado cuenta.

            Algo había en Shiin que al chico no le gustaba. Si uno se fijaba, podía ver que las arrugas estaban más marcadas, su voz no era tan profunda y que sus movimientos eran más lentos. Algo le estaba pasando.

            Shiin se puso el uniforme que había encontrado. Se ciñó la espada al cinto y salieron del cuarto.

            -Ahora estate quieto. No hagas nada.

            Shiin puso la mano en el suelo, se concentró y la piedra roja que tenía en el ojo, empezó a supurar un líquido negro. Una pequeña gota calló sobre el reverso de la mano. Empezó a sudar y a ponerse rojo. Apretó la mano contra el suelo y de manera súbita e instantánea, el chico sintió como si alguien le hubiese empujado hacia atrás.

            -Me han descubierto, -dijo Shiin con un hilillo de voz- tenemos que correr.

            Empezaron a correr como pudieron, a lo lejos se escuchaba el entrechocar de las armaduras y gente gritando órdenes. Giraron solo vieron la primera esquina e intentaron esconderse. Aquello cada vez parecía más enorme. Vieron una puerta y se apegaron a ella tan rápido como pudieron. Los guardias que habían escuchado, no habían girado.

            Entonces, la puerta se abrió y una voz dijo:


            -Oh, ¿así que ya estabas aquí?

martes, 6 de junio de 2017

Otro relato corto (18)

            La habitación estaba completamente a oscuras, incluso así, sentía a Shiin enfrente de él. Por impulso dejó caer el libro y la piedra. Abrazó a Shiin.

            -No te distraigas chico -dijo apartándolo de él-. ¿Qué haces con mi libro? ¿Y esto?

            Shiin sujetaba ahora la piedra negra que tenía él antes. Lo miró y vio que su ojo azul echaba chispas. Apretaba los dientes y respiraba muy fuerte. Shiin se levantó y alcanzó el libro, se quitó el parche y como si el aire se hubiese espesado, la habitación se agrandó. Las letras que había escrito con sangre empezaron a brillar y moverse hasta el libro. Le dio el parche al chico y cuando el niño lo miró vio aquellos mismos ojos que la noche en la cual le pilló cogiendo el libro de su mochila. Shiin estaba furioso.

            - Vamos a salir de aquí -su voz sonaba dura como el hierro-. No tenían permiso para encerrarme. No ellos.

            Se acercó a la pared de piedra mellada, arrancó una de las hojas del libro y la puso sobre la pared. Los caracteres continuaban brillando y moviéndose. Salieron del papel y empezaron a expandirse por la pared iluminando toda la habitación con una luz roja y tenue. El aire cada vez estaba más pesado, al chico le costaba respirar. La temperatura de la habitación empezaba a subir cada vez más.

            -Si lo que queréis es absorber mi magia, tomadla toda.

            La pared de pronto estalló sin hacer ruido y dejando enfrente de Shiin un gran hueco. Él avanzó y cuando salió, se giró y le dio la mano al niño que estaba hecho un ovillo y con los ojos abiertos. Muy abiertos.

            -Tienes miedo, no lo tengas.

            El niño lo miraba a los ojos, no era solo miedo lo que brillaba en sus ojos.

            -Te lo voy a decir de nuevo. Mi nombre es Shiin y quiero enseñarte el camino de la magia. Ahora decide, si quieres aprender y vivir o quedarte aquí encerrado en un mundo aburrido y triste. Elige ahora.
           
            Hefesto estaba gritando y llorando con el cuerpo de Lucas en sus brazos. Solo había árboles quemados y rotos, los cuerpos quemados de los soldados desperdigados por todo el suelo. El mocoso se había escapado, su amigo había muerto y, ¿para qué? No quedaba rastro del cuerpo del prisionero tampoco. El suelo estaba completamente negro y quemado. El sacerdote que lo había acompañado y los otros dos soldados estaban recogiendo los cuerpos.

            -Señor, el otro sacerdote ha sobrevivido. Está inconsciente.

            - ¿Está Jacob ahí? -dijo el otro sacerdote esperanzado- Llevadme con él, intentaré despertarle.

            -Detente, -dijo Hefesto- antes quiero que le mandes un mensaje al padre Axel, dile que lo encontramos y se ha ido todo a la mierda. Y que necesito hablar con él.

            -Pero, …

            -Es una orden. Luego haz lo que quieras.

            La mente de Hefesto estaba confundida, la ira y la impotencia bullía en su cabeza. Sin apartar la mirada del rostro de su amigo, una lágrima se escurrió. No debía llorar más. Los soldados no lloran. Arrancó del cuello de Lucas y de los otros soldados, las chapas de identificación y los guardó en su armadura.

            -Señor Hefesto, -el sacerdote herido había despertado, tenía el rostro quemado- lo siento mucho por su perdida. No pude salvar a nadie.

            -No es tu culpa.

            El sacerdote se arrodilló junto a Hefesto y agachó la cabeza.

            -Fue mi error y era mi deber. Así que haré cuanto sea necesario por ayudarle, tanto cuanto esté en mi mano. Irandi es un peligro mayor de lo que en la Iglesia piensan. No podemos dejarlo correr libre.

            - ¿Insinúas que sigue vivo?

            - Sí, mi señor.

            -Vivo, … -dejó el cuerpo en el suelo y se levantó-, ¿puedes llevarme ante él?

            -Puedo. Pero necesito hablar antes con el padre Axel.

            

sábado, 3 de junio de 2017

Tú, yo e internés

               Supongo que no importa, digo, ¿quién eres? Si tenemos finalidad en esta vida, no sé cuál es. Lo importante es que ambos ahora estamos manteniendo una conversación. Sí, una conversación.  Si usar ningún chat ni hablando.

               Ambos estamos mirando una pantalla repleta de bits e información que circulan libremente. Que tú puedas ver esto, significa que quiero escucharte, aunque no puedo. Vamos, una conversación consiste en un intercambio de información. Da igual que no parezca importante, da igual que sea una conversación hueca. Hasta las cosas que no somos, nos definen. Te invito lector a tener una conversación de persona a persona.

               Digo todo esto, porque quiero llamar tu atención. Quiero que me mires y que me hables. Uno solo siente un poco de miedo y vergüenza escribiendo a la nada. Llamando a un teléfono que sabes que nunca nadie te responderá. Si te soy sincero, me siento inseguro con cada cosa que escribo. Tal vez no sea lo mejor que hayas leído, tal vez todo esto sea para nada.

               Supongo que, si estás leyendo esto, me dice algo que también has leído “Otro relato corto”, si no lo has hecho da igual. Te invito a que lo hagas o cualquier otra cosa que esté escrita por estos lares. Estos relatos son algo costosos, no siempre me apetece hacerlo. Lo hago cuando puedo y me siento con fuerza para ello. El protagonista, es un chico que no tiene nombre y que encarna mis miedos y dudas. Le tengo aprecio y cada vez que pienso en él… Pienso en los tormentos que le quedan por sufrir y pasar. Si te digo la verdad, no sé cómo los superará ni por qué digo esto.

               Así que seré claro, mi pregunta es, ¿qué buscas aquí? Yo tengo mi respuesta y seguro, es diferente a la tuya. Da igual como lo mires, pero todas las respuestas son correctas.

               Hasta la próxima.
 

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